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- CAPÍTULO 8 Todas las unidades alimentarias a lo largo y ancho del complejo, cada una ocupada por una persona, amontonadas en mi mente.
- Fui a mi habitación, encendí la luz y me senté en la silla a pensar.
- El zumbido del mundo.
- —Sí, pero el caso es que papá parecía estar perdiendo su agilidad.
- Me pregunto si sería por mí.
- Ya sabes, los problemas por duplicado y todo eso.
- —¡Por mi tía abuela Petunia!
- —exclamé —, ¿a qué huele eso?
- —El ¿y cuántos más?
- —Sólo el viejo se eternizará.
- Es uno de sus muchos talentos.
- Supongo que será mejor que echemos un vistazo.
- CAPÍTULO 9 Mi padre estaba sentado mirando la pared, en otro lugar, inalcanzable.
- Todo ello puesto en marcha por su decisión.
- Había decidido no irse con ella.
- No le hizo falta contarme que ya se habían llevado abajo a Marta.
- Estaba en su voz.
- Quedaban solamente la sala, el sillón y el ocupante del sillón.
- Quedaba la incómoda vigilancia del hijo.
- Quedaban las dos acompañantes apostadas en la puerta.
- Esperé a que alguien diera el primer paso.
- A continuación lo di yo, cambiando ligeramente de postura para adoptar una pose más o menos formal de luto funerario, consciente de que llevaba la misma camisa y los mismos pantalones sucios desde mi llegada; los calzoncillos y los calcetines los lavaba a mano al amanecer, con gel antiséptico.
- Facundo no tardó en levantarse del sillón y alejarse hacia la puerta.
- CAPÍTULO 10 Me pregunté si estaba mirando el futuro controlado, hombres y mujeres subordinados.
- Era el juego de esos dos, su multitud enardecida, y ellos formaban parte sudorosa y jadeante de ella. Los Galantes.
- Me quedé pegado a la pared y los vi pasar a toda pastilla y alejarse corriendo por el largo pasillo.
- Un pasillo vacío.
- La verdad era que no había esperado ver a nadie más.
- De regreso a mi habitación me di cuenta de que cojeaba.
- CAPÍTULO 11 En la pantalla se lo veía sentado, sin nada para fumar, en la aterciopelada oscuridad del interior del cuarto construido en varios niveles.
- Siente el metal cada vez más cerca y, más lejos, la fricción y la conexión; luego el surgir de los vapores y ciencias extrañas, una vibración extraña en la estructura todos los demás apretujados a su alrededor, los débiles, esas ovejas de segunda clase, todos sin fortuna y sin presente: borrachos, viejos veteranos todavía impresionados por un armamento obsoleto hace veinte años, inquietos en sus trajes de paisano, desaliñados; mujeres agotadas con más niños de los que nadie creería que pudiesen tenerse, todos amontonados entre el conjunto de cosas que deben ser conducidas a la salvación.
- Únicamente los rostros más próximos son visibles, aunque solo como imágenes semiplateadas observadas a través de un visor, caras teñidas de verde que recuerdan las de los tipos importantes que uno ha visto alguna vez, detrás de ventanillas de coche a prueba de balas, cuando atravesaban velozmente la ciudad… Han comenzado a moverse.
- Pasan en fila, salen de la estación principal, se alejan del centro de la ciudad y empiezan a empujarse hacia las zonas más viejas y desoladas.
- ¿Es este el camino de salida?
- Los rostros se vuelven hacia las ventanillas que les queda en cada pieza, pero nadie se atreve a preguntar en voz alta. Cae la lluvia.
- No, esto no es un desenmarañarse de, sino un progresivo enredarse en: pasan bajo arcadas, entradas secretas de cemento en mal estado que parecen recovecos de un pasaje inferior… Negras superficies aterciopeladas contienen el movimiento: hay olor a madera vieja, a remotas salas por mucho tiempo vacías y que acaban de reabrirse para acoger el torrente de almas, olor a fría argamasa en la que todas las ratas murieron, de las que solo quedan sus fantasmas como pinturas rupestres, fijadas tenaz y luminosamente en las paredes… A los evacuados se les lleva por grupos a un ascensor: un andamio móvil de madera abierto por los cuatro costados, izado por viejas cuerdas alquitranadas y poleas de hierro fundido cuyos radios tienen forma de S.
- En cada uno de los tenebrosos pisos entran y salen pasajeros… Miles de habitaciones silenciosas y sin luz… Llamó uno de los empleados de mi padre para darme los detalles.
- La hora, el lugar y el tipo de indumentaria.
- Era un almuerzo, pero ¿por qué?
- Siempre soy el primero en llegar, el que se presenta antes.
- Decidí esperar sentado a la mesa, y cuando apareció Facundo me quedé pasmado.
- Hablamos y pedimos la comida y yo me dediqué a mirarlo a la cara, pensando en cierta palabra.
- Yo me reí y advertí que el recuerdo seguía vivo en su mirada.
- Estaba viendo a Marta sentada al otro lado de la mesa, a través de los años, una especie de onda, apenas discernible.
- Llegó el vino y él se las apañó para mirar la etiqueta y después agitarlo ceremonialmente en la copa y probarlo.
- Llegó la comida y él empezó a comérsela de inmediato mientras yo miraba y pensaba.
- Luego le conté una historia que le hizo detenerse.
- Le conté que su mujer, la primera, mi madre, había muerto, en casa, en su cama, incapaz de hablar ni de escuchar ni de verme al
- Ignacio777February 2017Votează acum!
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