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Por favor ayuda a traducir el texto. Traduzco al ruso, pero el inglés también es adecuado. Traduje el texto, pero no en todas partes puedo entender lo que quiso decir el autor.

 

Se aproxima el Adriático, el Véneto extiende sus tierras bajas con tal lujo de fertilidad, que recuerda la vega valenciana.

Los campos están plantados de hortalizas; las mujeres, puestas en cuclillas, rebuscan entre las hojas de los fresales; una red de pequeñas acequias se extienden por todas partes, y a cada momento se ve una barraca con el techo de paja oscura, a la que sólo le falta la cruz en lo alto y coplas y relinchos en la puerta para que la ilusión sea completa.

 

Va notándose en el campo la proximidad a Venecia. Las sales marítimas obran poderosamente sobre la tierra; la vegetación decrece: surgen en el cultivo verdosas marismas erizadas de juncos, entre los cuales canturrean las ranas su eterno estribillo, hasta que por fin llegamos a Mestre, la última estación de tierra firme en la misma orilla de la laguna y sin más unión con Venecia que un puente colosal.

Desde allí, como un cuadro azul que tiene por marco el escaso pedazo de tierra firme, las paredes de la estación y la techumbre de hierro, se ve en el fondo la ciudad famosa, la reina de las lagunas, surgiendo del mar como las poblaciones fantásticas creadas por los genios en las leyendas orientales con sólo lanzar su aliento sobre las aguas.

¡Qué espectáculo! Las ventanillas de los vagones parecen retablos de almas construidas por manojos de cabezas que estiran el cuello con el afán de la ansiedad y el entusiasmo. Parecen eternos los pocos instantes que el tren se detiene en Mestre: se siente intranquilidad, deseo vehemente de llegar cuanto antes, como si el tren fuese a hundirse de un momento a otro, o la fantástica ciudad pudiera disolverse en el azulado fondo como un ensueño.

Un ensueño: ésta es la palabra. Llega a dudarse de la realidad al ver cómo se destaca sobre la verdosa sábana, Venecia dorada por el sol envuelta en una ligera bruma que hace temblar sus contornos; rodeada de islas que son jardines; viendo siempre en lontananza un cinturón de buques que se aproximan; recortando sobre el vibrante éter las cinco cúpulas de oro de San Marcos, el esbelto campanil con sus ventanales de mármol, las cien torres de sus iglesias, que son museos, la afiligranada crestería de la mansión de los Dogas y sus innumerables palacios, en los cuales la piedra labrada, bordada, hasta formar un tejido sutil, resalta sobre los muros pintados de ese rojo oscuro llamado rojo veneciano. Todo es hermoso, saturado de luz, reverberante, con irisados reflejos, retratándose con inquieto espejismo en la laguna, como una galera inmensa cubierta de mármoles y oro que se mece sobre las muertas aguas.

A lo lejos se ven pasar las negras góndolas como insectos que resbalan por debajo de los puentes. El mediodía es saludado con alegre parloteo de armoniosas campanas, como si las altas torres fuesen nidos de pájaros canoros, y las barcas de pesca vuelan en los confines de la laguna, tendidas al viento sus velas cuadradas, iguales a nuestras cometas de Pascua, con grotescos figurones y caprichosos dibujos cargados de almazarrón.

Entramos en el puente — una laguna artificial que une a Venecia con la costa y tiene la friolera de mil metros de largo — construido todo él de mármol de Istria y sostenido por doscientos veintidós arcos. Como está tendido sobre aguas muertas, en las que la tempestad apenas si produce un ligero oleaje, su altura es de pocos metros, y desde el interior del tren, parece que éste marcha a través del mar.